Voy muy decidida. Parece que nadie me va a parar, nada puede conmigo.
Cuando llego al lugar, cada vez doy los pasos más despacio. Quiero que no esté allí pero disimulo diciendo que he perdido una oportunidad.
Cuando aún no me había dado tiempo a relajarme, derrepente los nervios volvieron a ponerse en mi estómago, a la altura del ombligo; parecía que querían salir por ahí. El corazón empezó a bombear a un ritmo poco usual y es que, al final, si que estaba.
Di un par de vueltas antes de decidirme, antes de acercarme, antes de entrablar una conversación.
Finalmente, y con ayuda, conseguí hacer lo que en un principio me propuse.
Tengo que superar los miedos, tengo que dejar la vergüenza aparcada para no recuperarla nunca, tengo que ser diferente, tengo que se periodista.